lunes, 16 de noviembre de 2015

Los embajadores aborígenes de Australia, la historia de Bennelong



Hay un podcast de historia de Australia que me gustó mucho. Se llama “Rum, rebels and ratbags”, y lo súper recomiendo. En ese podcast cuentan una historia que me encantó. 

Se trata de Bennelong, el primer embajador aborigen de Australia, quien iba a representar los intereses del grupo étnico Eora ante los ingleses. Y la forma en la que llegó a serlo fue increíble.

Los ingleses ya habían viajado a Australia (en ese entonces llamado New South Wales), y habían tenido algunos encuentros bastante negativos con los aborígenes. Los describieron como “las personas más miserables de la tierra”, e intentaron mantener su distancia. El Capitán Cook fue quien tuvo el primer encuentro con los aborígenes, el cual terminó en una balacera en Botany Bay.

 
Bennelong viéndose guapo con su traje azul.
Pero en Australia vivían –viven- muchos grupos étnicos muy variados, por eso, cuando los ingleses se encontraron con los Eora, estos últimos no supieron qué sucedía, aún. No sabían si eran fantasmas blancos, o si realmente eran humanos, y no sabían si eran hombres o mujeres. Por eso, cuando se encontraron, tuvieron que volar algunos pantalones para demostrar que no eran mujeres, a pesar de que no tenían barba.[1]

El Rey George III de Inglaterra quiso tener una relación bonita con los aborígenes australianos, en este afán humanístico de hacer un mundo feliz, y le encargó el trabajo a Arthur Phillip, el primer gobernador de New South Wales. Por eso decidieron que necesitaban un embajador aborigen, que fuera el vínculo entre Inglaterra y los grupos Australianos para hacer tratados e intercambios culturales. Entonces, como los australianos no tenían ningún embajador propuesto, los ingleses buscaron un voluntario. Entonces, un tal George Johnson se subió a un bote, y buscó al primer aborigen que vio y le enseñó un espejo. Mientras él se veía por primera vez, Johnson le pegó en la cabeza, lo metió a un saco, y lo llevó a casa de Phillip.

Pero no fue tan fácil con éste aborigen, porque se negó a dar su nombre. Arthur Phillip lo llamó “Manly”, porque era muy varonil y enojón. Al final, empieza a hablar, y poco después de haber dicho su nombre, Arabanoo, se muere de viruela. Y los aborígenes se quedaron otra vez sin embajador.

Entonces, como Philip tenía poca imaginación, volvió a intentar secuestrar a su nuevo embajador, y esta vez, en lugar de usar espejitos, usó pescados. Y para que no le fallara, secuestró a dos aborígenes. No vaya a ser. Uno se llamaba Colbee, y renunció a su puesto, no sin antes agradecer el pescado. El otro secuestrado aceptó, y se convirtió en el embajador Bennelong. 
 
El afro de Bennelong.

Bennelong era súper comelón, y le encantaba la buena vida. Se comía lo de una semana en un día, y tenía muy buen humor. Vivió con los europeos durante seis meses, haciendo burla a la forma en la que se comportaban. Decían que el amor y la guerra eran sus dos pasiones, y siempre fallaba en las dos. Se la pasaba secuestrando chavitas y peleándose con sus familias por eso, y se lastimaba seguido. Estaba casado con Barangaroo, que también le gustaba vivir bien.

Bennelong vivió mucho tiempo metido en la política australiana, y aprovechó todas las oportunidades para convertir las cosas a su beneficio. Incluso lo llevaron a conocer Londres. Vivió muy bien, tomando lo que mejor le acomodaba de las dos culturas, y de la europea, de lo que más disfrutó fue del ron, y se cree que murió por borrachito. Tiene un lugar en su nombre en Sidney, justo en donde está la famosa ópera.


[1] Yo también habría dudado.